La mujer barbuda by Ramón Illán Bacca Linares

La mujer barbuda by Ramón Illán Bacca Linares

autor:Ramón Illán Bacca Linares [Bacca Linares, Ramón Illán]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


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MEMORIAS DE LA CHIPRIOTA

(1909)

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¡Ah, que tú escapes en el instante en el que ya habías alcanzado tu definición mejor!

JOSÉ LEZAMA LIMA

I

El velero salió detrás de la niebla. El mar estaba agitado, había un calor sofocante y el cielo tenía un aspecto abrumador. En la cubierta de la nave, el trapecista saltaba la cuerda, la gorda del circo daba de comer al elefante y el enano, sentado sobre unas cuerdas, lanzaba círculos de humo con su cigarro.

De pronto, un cañonazo y toda la atmósfera se transformó. El elefante correteó por cubierta; el león rugió nervioso, el payaso lloró, los marineros trataron de escapar, el agua empezó a entrar por una tronera abierta. El barco se bamboleó y luego con un gran fragor se hundió. La muchacha barbuda y yo nadamos hacia un arcón que flotaba. Ella llegó primero, y con su pierna me apartó. Me hundí, me ahogué, me morí. Despierto.

A tres años de distancia del misterioso hecho me han citado de un juzgado para preguntarme sobre la desaparición de Perpetuo Socorro del Valle y poder, por testimonios, declararla legalmente «persona desaparecida». ¿Qué podré decir de «La dama barbuda», como se refieren a ella en el expediente? ¿Qué diré sobre el hundimiento del circo Sansón y Yadira en el barco La Victoria y la desaparición de veinte o más personas, entre ellas Socorro, como se le conocía habitualmente?

No me consta nada, solo el rumor. Primero fue la desaparición de La Victoria, después de La Diva. Vine a saber después que era el mismo barco con el nombre cambiado. Todo se calló. La gente que sabía algo no decía nada, y la que no sabía no preguntaba. Hay un silencio total en los periódicos y en las otras publicaciones, como La Suegra o El Soplón, que salen muy esporádicamente. Las escasas referencias que aparecieron en la revista La Verdad —una conversación de un indígena guajiro con un misionero capuchino— motivó que los dos ejemplares que circularon fueran destruidos y sus dueños acusados de ser anarquistas y mandados a la prisión del Orocué. Aquí, lo dijo un poeta, lo único real es el instante que se pierde.

Se da en todos los campos. Leo en el diario El Rigoletto que en Santa Marta todos los invitados al homenaje al presidente Reyes se reunieron en la playa a observar cómo se esfumaba el mandatario en el barco Manistí y sin decir ni un adiós desaparecía detrás del morro.

Por unos días no se dijo que este país había quedado sin cabeza.

Las desapariciones son la regla. Heliodoro de Armas no ha dejado huellas. Hay un sumario que lo relaciona con la desaparición de La Victoria y lo incrimina, pero el expediente fue archivado y al juez que se atrevió a abrirlo lo mataron en un atraco muy sospechoso, pues los ladrones que lo golpearon, hasta volverlo irreconocible, le dejaron la cadena de oro que ostentaba y que era muy valiosa.

De Armas no aparece. Se corre la voz de que ingresó a la legión



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